Con dinero público

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Con dinero público

A decir verdad, esto es lo normal: que la gente se pare por la calle y charle contigo animosamente. Eres el sacerdote de su barrio. Es el 99% de los casos; es la alegría de un barrio que busca relaciones fraternas, cordiales y alegres. Pero hay un otro 1%. Usaré dos ejemplos.

El otro día paseaba cerca de la torre negra. Como siempre, como cada día. Me abordó un sujeto de mediana edad, buena pinta: formal. “¿Le puedo decir algo?”, interpeló educadamente. “Dígame usted”, contesté agradado por sus excelentes formas. “Mire, la verdad es que todos ustedes me caen mal. La iglesia, quiero decir. No por nada en particular: simplemente experimento, no sé, un rechazo total y natural. Digamos que lo mío es absoluto: me caen ustedes fatal. No se lo tome a mal, que no es por nada en concreto”… Agradecí su sinceridad y cada uno siguió su camino.

La cosa me dio que pensar. El hombre tiene su opinión y no miente. No dice “me caes mal porque traficas con armas”, ni tampoco “me caes mal porque tienes una empresa de transatlánticos”. ¡Si ni siquiera conoce mi nombre! A mí desde luego él no me cae ni bien ni mal. No le conozco.

Según mi parecer, está equivocado al juzgar a una persona sin conocerla, pero lo cierto es que no miente… y eso es importante: el hombre no dice nada que no sea verdadero. Por lo que sea, no le gusto.

El segundo ejemplo además de visceral, es mentiroso. Fue cerca del edificio verde. Alguien me espetó de malas maneras que construyéramos una nueva iglesia con su dinero. Afirmaba odiarnos con todas las veras de su corazón por esa causa. Resulta que este, además de equivocado -tampoco lo conozco-, encima miente al decir que construimos con su dinero. Falso.

Bien sé yo que la nueva parroquia no es fruto del dinero de nadie que no quiera colaborar con ella, pero por si acaso me fui a www.dondevanmisimpuestos.es. Allí se explica todo: ingresos y gastos. Encontré, como ya de hecho sabía, que la única iglesia con la que el Estado ha colaborado directamente es la parroquia de la Paloma, en el centro de Madrid, con cuatrocientos mil euros. Un tema de vivienda, o algo así. Desde luego, no figura la parroquia de la Gavia.

No existe el dinero público. El dinero es de los que pagamos impuestos. Cualquiera tiene buena razón para saber dónde va (también el que nos insulta) e incluso elegir dónde va (también el insultado).

Total, que no me desanimé: quizá el hombre que insulta tenga razón. Se me encendió la bombilla: “iglesia”. Lo puse en esa web que presume de ser prestigiosa, para saber si ahí van mis impuestos… Descubrí que tampoco, porque lo único que se recauda para la iglesia es aquello que los declarantes han decidido que así sea. Si eso tampoco es posible (decidir dónde va mi dinero como ciudadano), apaga y vámonos: nos pasamos al apartado uno: “no quiero que usted exista” y así todo es más claro: odias sin razón, y no mientes. Mejor decir la verdad entera que la falsedad a medias.

Resulta que de los sesenta y cinco mil quinientos sesenta y nueve millones de euros que se recauda en el IRPF (65.569.000.000 €), doscientos cuarenta y nueve millones (249.000.000€) son destinados a la iglesia católica por voluntad de los declarantes. Total del dinero público que no es público, sino también mío, que contribuyo mensualmente: 0,379 % de total de IRPF.

Pues bien, nada de ese casi 0,38 ha ido a parar a la parroquia de la Gavia, que se ha financiado gracias a las 55 familias que colaboran mensualmente en su sostenimiento. Podría comprender incluso, que en un barrio abigarrado de casas, y saturado de edificios, alguien pensara lo terrible de encontrar una parcela con una iglesia y no una biblioteca. Está al alcance de cualquiera en google maps: mira los miles de metros cuadrados que hay aún sin construir en el ensanche, y dime si no hay sitio para todos. Ahora bien, si afirmas: “el tema es que me caes mal hagas lo que hagas”, volvemos de nuevo a la casilla de salida. Estará uno equivocado o no, pero por lo menos no miente.

Soy el primero que quiere una biblioteca: me vendría de maravilla para encontrar un lugar donde preparar la publicación de mi tesis doctoral. He contado 52 parcelas ideales. Soy el primero que quiere un polideportivo, una piscina pública, una cancha de futbol con dimensiones reglmentarias. He hallado 12 solares perfectos. Soy el primero que desearía poder tener aquí un ambulatorio. En concreto, lo quiero enfrente del Gredos… Y soy el primero que entiende que nada de eso tiene que ver conque el lector de este post haga obras en su casa, ponga un baño mejor, se compre un coche o tenga tales o cuales vacaciones. Además, si añado a esa hipotética comparación que lo hace con mi dinero, además de injusto soy mentiroso.

Solo creo que juntos podemos, y me alegra saber que a casi nadie le molesta que un grupo cada vez más grande quiera hacer el bien y construir algo bueno en el Ensanche. En concreto, y para empezar, las 162 familias que en estado de NECESIDAD BÁSICA (¡más de 600 personas de modo directo!) recibieron este año ayuda económica y material de la parroquia. Todas ellas están empadronadas aquí. Y tú, ¿te sumas… o más bien prefieres restar?

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Comentarios (4)

  • Ignacio Antón Contestar

    ¡Caramba! Está claro que tiene que haber de todo. Qué lejos están algunos del mínimo de respeto y cordialidad que exige la convivencia. El primero es sincero, pero irracional. El segundo encubre su visceralidad de falsos pretextos para darle apariencia de racionalidad. Lamentablemente muchas veces nos preocupa más tener razón que conocer la verdad.

    Los prejuicios en contra de la fe cristiana (el odio a la fe, en expresión tradicional) pueden tener su origen, como tantos prejuicios, en una experiencia negativa padecida por la persona que ésta generaliza y no está dispuesta a cuestionar. Por ejemplo, que este o aquel cura o cristiano me dijo o hizo aquello, luego todos son iguales. También pueden ser debidos a ideas que se nos han inculcado desde niños, como sucede con otros odios irracionales como el racismo o la xenofobia.

    Es difícil combatir los prejuicios. Desde el punto de vista cristiano, las mejores armas para ello son la razón y la caridad. Las que has usado, querido Fulgencio. Gracias.

    28 diciembre, 2014 at 11:44 am
  • Miguel Contestar

    hola buenos dias ignacio,
    A ti comentarte que si este artículo es muy bueno y si la parroquia no recibe nada pues que se reclame ya se sabe que lo gordo siempre se lo quedan los altos cargos sea en el circulo que sea. Me parece una barbaridad que semejante cantidad de dinero se destine a algo que no toda la poblacion acude l, es decir voluntario, y no a las familias que de verdad lo estan pasando tan tan mal en estas fechas por ejemplo. Donde esta la racionalidad? Pero bueno eso es muy importante… En fin.
    Una ultima aclaracion con respecto a la frase mencionada de odios irracionales como racismo y xenofobia. Ahi agregemos tambien lo educado desde niños como el machismo y la homofobia, que desde luego es una de las cosas que mas nos inculcaron sobre todo a mi generacion!!

    Saludos

    31 diciembre, 2014 at 12:12 pm
  • gema Contestar

    De todas formas, tiene que haber de todo en este mundo. Simplemente te escribo Fulgencio para animarte a seguir con este precioso proyecto de la parroquia y para que sepas que tienes todo nuestro apoyo y contribución cada uno en su medida. Un abrazo.

    6 enero, 2015 at 10:53 pm
  • Yago Fernández Contestar

    ¡Muy buenas!

    Me gustaría aportar mi granito de arena al debate.

    D. Fulgencio ha explicado con detalle por qué es incorrecto afirmar que la parroquia Santa María de Nazaret está financiada con dinero público. El asunto, creo, está bastante claro.
    Pero yo quisiera ir un poco más allá: si realmente la parroquia hubiera recibido fondos públicos, ¿sería eso motivo de indignación? No lo creo. Y voy a explicar las razones que me llevan a pensar así.

    España, como todo el mundo sabe (y más de un tertuliano bocachancla se encarga de repetirnos día tras día, sin saber muy bien -intuyo- qué narices está diciendo), España es un Estado aconfesional. Así lo establece el artículo 16.3 de nuestra Constitución, tan de moda últimamente: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal”.

    Muchos confunden -también algún que otro comentarista en este blog- aconfesionalidad con laicismo. Y la verdad es que lo uno y lo otro son cosas totalmente distintas.

    Estado laico (entiéndase laicista) es aquel que se desentiende por completo del factor religioso. Según esta concepción de Estado, la religión se circunscribe únicamente al ámbito de lo privado; no tiene cabida en la vida pública. Esta postura es propia (¡sorpresa!) del pensamiento liberal. Lo digo porque muchos de los que están a favor de un Estado laico se declaran profundamente anti-liberales (cosa que me parece muy bien, ojo). Pero no sé, es un poco incoherente, ¿no?

    El Estado aconfesional, en cambio, es aquel que es neutro ante la religión. Ahora bien, esa neutralidad “no significa que el Estado asuma una religión concreta sino que respete el valor social o público de lo religioso y promueva la libertal religiosa en cuanto tal, también mediante la creación de condiciones “infraestructurales” que hacen posible el disfrute del derecho fundamental” (1). Dicho de forma más concisa: neutralidad no equivale a secularismo o laicismo.

    Así, pues, el Estado, que es garante de los derechos fundamentales (entre los que se encuentra la libertad religiosa), debe procurar unas condiciones óptimas para la efectividad de esos derechos. Eso significa, precisamente, ser garante: no basta un simple “Estado-policía”, que vigile que los derechos fundamentales son respetados (Estado liberal), sino que al Estado se le exige también una actuación positiva: debe promover esos derechos. Esto no lo digo yo; lo dice nuestra querida Constitución en su primer artículo (¡el primero!): “España es un Estado SOCIAL y democrático de Derecho”.

    ¿Y cómo puede un Estado promover la libertad religiosa? ¿En qué se concreta esa actuación positiva que cabe esperar del Estado? La respuesta es lógica: colaborando con aquellas instituciones a través de las cuales se “canaliza” el hecho religioso (valga la expresión, un tanto grotesca). Entre ellas está, cómo no, la Iglesia Católica. ¿Y en qué medida debe colaborar el Estado con estas instituciones? La respuesta es lógica también: en función de su implantación en España. Tan lógico es esto que hasta lo dice la Constitución (artículo 16.3): “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”.

    De momento, la religión mayoritaria en España es la católica. Éste, y no otro, es el motivo por el que la cooperación del Estado con la Iglesia Católica es más estrecha que con otras confesiones de menor implantación en España (por eso la Constitución menciona expresamente a la Iglesia Católica). Y ojo: que la cooperación del Estado sea más intensa en el caso de la Iglesia Católica, por su mayor implantación en nuestro país, no excluye que el Estado pueda colaborar (es más, debe hacerlo y lo hace) con otras confesiones.

    Así, pues, el hecho de que la Iglesia Católica reciba dinero por parte del Estado no significa que España sea un Estado confesional católico. España es un Estado aconfesional mayoritariamente católico y, por eso (y sólo por eso), la cooperación con la Iglesia Católica es más estrecha. Es nuestro derecho a que se respete nuestra libertad religiosa. La de todos.

    Referencias:
    (1). Hermida del Llano, Cristina, “El papel del Estado ante la religión”, El Imparcial, 01/01/2015.

    7 enero, 2015 at 1:10 pm

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