Oración y Política

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Oración y Política

Ha dicho Albert Rivera que sólo los nacidos después del 78 pueden llevar a cabo la regeneración democrática. La verdad es que me he quedado muy a gusto, porque me encuentro en esa franja de edad: soy factor de cambio pero… ¿es lo cierto lo que ha dicho el “ciudadano”?

La respuesta más convincente, con deje andaluz y seseo continuo, se la he oído decir a Trinidad Jimenez. Concluye que es una tontería de principiante lo que le ha pasado al tal Rivera, y que le comprende. La buena de Trini ha sido muy madre y ha disculpado al político porque la cosa no se sostiene por sí sola… ¿o sí?

En política, como en cualquier otro ámbito de la vida que quiera ser sapiencial, la edad importa. Me explico. En todas las culturas de toda época histórica los ancianos han representado siempre un papel esencial en el gobierno de pueblos y naciones. Grecia. Roma, Babilonia. Incluso los bárbaros. Los reinos cristianos y los musulmanes. Las tribus perdidas de África. Los Asirios y Seleúcidas… Los Estados Unidos de América.

Los ancianos son personas llenas de sabiduría y de experiencia que no se precipitan usualmente ante el primer estímulo. Por eso son muy considerados… o al menos lo han sido siempre. La edad importa quizá justamente en el sentido opuesto al aludido por Albert.

Pero no quiero detener aquí mi reflexión. El mundo de la política y el de la oración tienen mucho que ver, aunque la sociedad ilustrada post-revolucionaria no lo entienda. ¿Por qué un Dalai Lama es tan bien recibido en occidente? ¿Por qué Putin consulta mensualmente a los monjes ortodoxos, también llamados Starez? ¿Por qué los 40.000 musulmanes escucharon en Rabat a Juan Pablo II? ¿Por qué muchos pueblos y civilizaciones siguen teniendo por consejeros hombres de oración?

Lo que quiero decir es que los que rezan algo tienen que decir sobre la suerte de los pueblos. Del mismo modo que muchos acuden a pedir consejo al sacerdote o al hombre de Dios para sus cuestiones particulares… ¿por qué no para las generales?

Así pues, del mismo modo que me opongo frontalmente a que ningún clérigo u hombre de Dios (de la religión que sea) desempeñe un cargo de gobierno, asimismo apoyo decididamente a cuántos piensan que lo hombres de Dios deben formar parte de ese consejo de estado que ayuda a quien gobierna.

Excluir el consejo de ancianos y hombres religiosos es garantía de ruina segura. Pero estoy dispuesto a escuchar tu opinión… tú, ¿tú que piensas?

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Comentarios (3)

  • Tamaran Contestar

    Totalmente de acuerdo, como por ejemplo lo atestiguan los papas hablando sobre la paz, y a veces predicando en el desierto con las funestas consecuencias conocidas.

    14 junio, 2015 at 2:44 am
  • Oscar Combarro Contestar

    Muy buen artículo D, Fulgencio, espero que verdaderamente algún día se dé la oportunidad de que el gobierno de este país se dejé aconsejar por la iglesia en los aspectos de moral, Fé, Derechos humanos, etc.

    30 septiembre, 2015 at 5:31 pm
  • Carmen Contestar

    No pertenezco a esa franja de edad, pero sí me siento parte del cambio aludido por el político. Ojalá que los que tanta ansia de cambio tienen sepan aprender de los mayores (entre los que me incluyo) lo que es política social de la buena, la que viene haciendo la Iglesia desde hace más de 2.000 años. La experiencia es un grado, y en ese aspecto la Iglesia bien podría aconsejar de dónde están las verdaderas necesidades de los ciudadanos, que de eso saben un rato. ¡Buen post!

    5 octubre, 2015 at 6:31 pm

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